23 octubre 2006

Hoy me hubiera gustado hablar de muchas cosas. Y lo voy a hacer. Pero en otro tono. Lo único que ha salido como esperaba es lo de Fernando Alonso. Lo tenía muy bien para revalidar título y, poco a poco, todo se le puso más de cara todavía. Y aunque Schumacher volvió a dar una lección, su última lección, no pudo evitar que el asturiano se convirtiera en el bicampeón más joven de la historia. Veremos que hace el año que viene al volante de un coche que lleva dos años sin correr nada. También este fin de semana era de infarto para los amantes del tenis. Pero se nos quedó en nada el viernes cuando Rafa Nadal no pudo ganar su partido. Su rival era duro y machacón. Y maleducado. El gesto de mandar callar al público no lo hace en Wimbledon si le gana a Tin Henman. O en Nueva York si gana a Roddick. O en Australia, si ganar a Hewitt. Por supuesto, el público se vengó el sábado. Y le pitará el año que viene si vuelve. El único consuelo era Federer. Pero como es tan bueno, gana rápido. El sábado, 59 minutos. Este año, en Roland Garros, Nadal tardó ese tiempo en ganar el primer set de la semifinal. Y en la final, uno estuvo por el estilo. De todas formas, como decía el anuncio, un poco de Federer, es mucho. Y luego estaba el plato fuerte. Para mi gusto, se quedó en platillo. Mucha espectación, poco juego y cada uno sacando sus propias conclusiones. Bueno, ésto es fútbol. Y como siempre se ha dicho que cada aficionado es un poco entrenador y periodista, cada uno tiene razón en lo que dice y el vecino se equivoca. ¿Acaso el Madrid va a ser capaz de jugar (o, mejor dicho, no dejar jugar) así toda la Liga? ¿O acaso el Barcelona va a parecer un equipo de tercer sólo porque Ronaldinho no funciona y Eto'o está lesionado? Yo creo que ni tanto ni tan calvo. Y al final, el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. A Federer en otra final. A Alonso cerca del Kaiser. Y al Madrid y al Barça donde Dios quiera.
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