31 enero 2007

El sentido del racismo.

Se ha armado una muy gorda por todo lo que ha pasado en Alcorcón estos días. Pero lo peor de todo es la cantidad de gente que, sin comerlo ni beberlo, se ha visto envuelta en toda la vorágine. Vecinos que llevan toda la vida viviendo en el pueblo que no entienden lo que pasa. Inmigrantes que no salen a la calle por miedo. Y luego está la gente que ha salido ganando. Ha habido mucha publicidad gratuita. Sobre todo para el alcalde de Alcorcón que, apaenas diez días atrás presentaba el lugar poco menos que como un remanso de paz. Cuando hay un conflicto en el que una de las partes no es española y la otra si, enseguida salen con el tema del racismo. Pero siempre ese racismo se apunta en la misma dirección. ¿Porque no es racismo cuando un ecuatoriano le pega a un peruano sólo por serlo, o al revés? ¿Porque no es racismo cuando un inmigrante, de la nacionalidad que sea, impide a un español acceder a una cancha a jugar por el simple hecho de ser español? Una persona que me ha sorprendido que no saliera hasta en la sopa (sólo le he visto en una tertulia en CNN+ y de casualidad), es el senpiterno presidente del Movimiento contra la Intolerancia. En este caso, el discurso lo tiene fácil. Somos los espñaoles los que no dejamos integrarse a los demás, en vez de los demás que no quieren integrarse. Hay gente que lo quiere hacer. Y que lo consigue. Pero otros, ni lo intentan. Se creen que siguen en sus países de origen, imitando a sus mayores pandilleros. Si son ellos los que atacan, eso no es racismo. Es solo una respuesta a alguna provocación. En mi barrio hubo hace un par de años una pelea con tintes racistas. Según contaba la gente, que puede ser verdad o ser mentira, un grupo de varias decenas de ecuatorianos, la emprendieron a golpes con tres chicos españoles. Les habían provocado. ¿Y cuál fue la provocación?. Los tres chavales viajaban en un coche y tuvieron que parar porque parte de esos ecuatorianos, borrachos como cubas, se estaban dedicando a parar los coches que pasaban por allí y subirse encima. Los chavales les llamaron la atención. No les dijeron que no bebieran en la calle o que no se divirtieran. Sólo que no se subieran encima del coche. Sin comerlo ni beberlo, los tres chavales se vieron rodeados de treinta o cuarenta personas y, si los vecinos no les abren el portal, les matan allí mismo. Al mejor parado de los tres, sólo le tuvieron que dar treinta puntos en el brazo. Eso también es racismo pero, como también pasa con la llamada violencia de género. Parece que, por desgracia, sólo vende la violencia en un sentido. De estas cosas, la gente como el señor Ibarra, no habla. Porque tiene que tener cuidado de lo que dice. Como cuando habla de la violencia en el fútbol. Sólo nombra a los Ultrasur y al Frente Atlético, grupos formados por gente corriente y animales. Pero nunca habla de los Boixos Nois, con algún que otro muerto a sus espaldas (pero como eran catalanes, no pasa nada). O de los radicales del Athletic, de la Real o de Osasuna. La violencia es una. Sólo. Nada más. Y es con lo que hay que acabar. Con la violencia. Sin apellidos. Más que les pese a los que la fomentan y a los que dan la impresión de luchar contra ella. Pero de ésto, ya hablaré otro día.
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