07 febrero 2014

Odio

Me odias.
Eso fué lo último legible que leí. "Te odio".
No. No me odias. Eres tú quien se odia. Aunque no lo reconocerás. Eso sería reconocer un fracaso de forma real y no con la boca pequeña como lo has hecho hasta ahora. Dices que has fracasado conmigo. ¿Fracaso? ¿Qué fracaso? Otra pregunta más que que queda sin respuesta porque nunca tienes una. Bueno, si. Las tienes. O el silencio u otra pregunta. Todo ha sido una mentira. Tuviste que mentir para empezar. No a mi. Eso es cierto. Pero esa mentira empezó a crecer y ya me empezó a afectar a mi también. Tu cabeza prefirió esa mentira a la realidad. Ésta no era lo mejor. Eso también es cierto. Sabíamos que no iba a ser fácil. Había muchos obstáculos y alguno de ellos, insalvable. Pero empezaste a disfrazar todo de engaño. Engaño hacia ti. Porque mi forma de intentar superar esos obstáculos no era la que tu querías. Porque cuando me equivocaba, no lo reconocía como tú querías. Porque cuando pedía perdón no usaba las palabras que esperabas. Todo se volvió una gran mentira. Cosa que odias. Por eso me dijiste que me odiabas. Porque la causa de la mentira era yo. Pero te odias a ti porque tu eres quien la fabricó y quien la alimentó. Todo se convirtió en verdades sesgadas y contadas tarde. Silencios. Querer que empezara una conversación sobre algo pero sabiendo que yo no sabía de que se quería hablar.
Me odias. Yo a ti, no. Porque has hecho mucho más de lo que pensaba que alguien podía hacer. Llenaste un hueco vacío que había asumido que me acompañaría toda la vida. Pero ese hueco no era lo suficientemente grande para tí y buscaste vaciar los otros huecos para que solo tu estuvieras en mi vida. Eso no lo conseguiste. Por eso me odias también.
Me odias.
No. En cierto modo, eres tú quien se odia.
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