Cuando uno es pequeño se plantea la vida de una manera ideal y onírica. Una fantasía que, a veces no se hace realidad. Al llegar a la adolescencia uno ya sabe que parte de esa fantasía no se va a cumplir. En mi caso, nada. Ni universidad, ni buen trabajo, ni novia. Y así pensé que iba ser el resto de mi ida. Hasta que apareció ella. Y te das cuenta que tu vida es más que amigos, partidos de fútbol con sus cervezas consiguientes ni el trabajo. Es más, ves que eso no es nada. Toda tu vida la llena una presencia a la que esperabas pero que no recordabas que lo hacías. El cambio es radical y empiezas a plantearte cosas en las que, en mi caso, podía hacer 25 años en las que no pensaba. Ni tenía intención de volver a pensar. Pero ella lo cambió todo. Hizo que empezará a pensar en alguien más que yo. Y lo bueno es que eso me gustó. Empecé a pensar también en como había sido capaz de vivir sin ese sentimiento todo ese tiempo. Ella se volcó conmigo. Me hacia recordar como se era feliz. Me alegraba la vida si estaba triste y me ayudaba a salir de embrollos en los que me metía. Pero como uno no es perfecto, descuidó los cuidados que requiere una novia. Y más una como la que tenía. Uno es mucho más tonto, simple, despistado e, incluso, ingrato, de lo que piensa.
Hablo en pasado porque recuerdo el principio y lo que ha pasado. Pero también hablo de presente y de futuro.
Amor, eres lo mejor que me ha pasado, que me pasa y, espero, que me pase nunca.
TE QUIERO.